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Para comenzar a reseñar este libro debo decir qué habla sobre los campos de concentración, en especial de el de Auschwitz, y cuenta mucho sobre la historia de los Nazis y los Judíos. El libro causó un gran éxito y en 2008 salió a la gran pantalla la película sobre él.
Este libro está narrado desde el punto de vista de Bruno, un niño de ocho años el cuál es hijo de un militar de alto rango nazi. Esto hace que la historia sea mucho más suave y más tierna en cierto modo. Bruno y su familia se ven obligados a abandonar Berlín cuando a su padre lo destinan para trabajar en el campo de concentración de Auschwitz.
—No querrás decir que nos vamos de Berlín, ¿verdad? —repuso, intentando tomar aire al mismo tiempo que pronunciaba aquellas palabras.
—Me temo que sí —dijo Madre, asintiendo tristemente con la cabeza—. El trabajo de tu padre es...
—Pero ¿y la escuela? —la interrumpió Bruno, algo que sabía que no debía hacer, aunque supuso que en aquella ocasión su madre le perdonaría—. ¿Y Karl y Daniel y Martin? ¿Cómo sabrán ellos dónde estoy cuando queramos hacer cosas juntos?
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La familia acepta el cambio con resignación ya que no tienen más opción que está. A pesar de la negativa de Bruno y aunque no lo digan de todos los que le rodean, entre ellos su madre, su hermana y su criada más cercana, María.
—A nosotros no nos corresponde pensar —dijo Madre mientras abría una caja que contenía un juego de sesenta y cuatro vasitos que los abuelos le habían regalado cuando se casó con Padre—. Ciertas personas toman las decisiones por nosotros.
Como no sabía qué significaba aquello, Bruno fingió no haberla oído.
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Cuando llegan a Auschwitz Bruno se lleva una decepción, nada es parecido a su vida en Berlín, lo cuál hace las cosas aún más difíciles. Desde la ventana de su nueva habitación Bruno divisa una reja tras la cual hay personas que siempre llevan puesto un "pijama a rayas"; en realidad se trata de judíos prisioneros.
—¿Quiénes son todas esas personas que hay ahí fuera? —preguntó al fin. Padre ladeó la cabeza, un poco desconcertado. —Soldados, Bruno —respondió—. Y secretarías. Empleados. No es la primera vez que los ves. —No, no me refiero a ellos, sino a las personas que veo desde mi ventana. En las cabanas, a lo lejos. Todos visten igual. —Ah, ésos —dijo Padre, asintiendo con la cabeza y esbozando una sonrisa—. Esas personas... bueno, es que no son personas, Bruno. El niño frunció el entrecejo.
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—¿Ah, no? —dijo, sin entender. —Al menos no son lo que nosotros entendemos por personas —explicó Padre—. Pero no debes preocuparte. No tienen nada que ver contigo. No tienes absolutamente nada en común con ellos.
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Esto no es lo que hace que a Bruno le desagrade Auschwitz; allí no hay niños en las calles y todo es mucho más solitario y vacío.
Nadie, pensó Bruno, ni siquiera los insectos, elegirían quedarse en Auchviz
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No irás a decirme que estás contenta de que nos hayamos mudado aquí, ¿verdad? —Me gustaba el jardín de la casa de Berlín —dijo María, sin contestar directamente—.
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—Sigo pensando que Padre ha cometido un grave error.
—Aunque lo pienses, no lo digas en voz alta —se apresuró a decir María, acercándose a él y mirándolo como para hacerle entrar en razón—. Prométemelo. —Pero ¿por qué? —repuso Bruno frunciendo el entrecejo—. Sólo digo lo que siento. Eso no está prohibido, ¿no?
—Sí. Sí, está prohibido.
—¿No puedo decir lo que siento? —dijo el niño, incrédulo.
—No —insistió la criada, con la voz un poco crispada—. No digas nada, Bruno. No te imaginas los problemas que podrías causarnos a todos.
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Al final Bruno se tiene que resignar a vivir en Auschwitz con la soledad de no tener amigos con quien jugar, así que decide no morir del aburrimiento y hace una de las cosas que más le gustaba hacer en Berlín: explorar los alrededores.
Que uno contemple el cielo por la noche no lo convierte en astrónomo, ¿sabes?
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«Cuando era pequeño —se dijo— me gustaba explorar. Y entonces vivía en Berlín, donde lo conocía todo y podía encontrar cualquier cosa que quisiera con los ojos vendados. Aquí está todo por explorar. Quizá haya llegado el momento de empezar.»
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Explorando los alrededores de su nuevo hogar, Bruno conoce a través de una reja a Shmuel, una de esas personas que lleva ese pijama a rayas que veía desde la ventana de su habitación.
¿Dónde estaba exactamente la diferencia?, se preguntó Bruno. ¿Y quién decidía quiénes llevaban el pijama de rayas y quiénes llevaban el uniforme?
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A medida que Bruno se acercaba más, vio que aquella cosa no era ni un punto ni una manchita ni un borrón ni una figura, sino una persona. Y que aquella persona era un niño.
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—Estoy explorando —dijo.
—¿Ah, sí? —replicó el niño.
—Sí. Desde hace casi dos horas.
—¿Has encontrado algo? —preguntó el niño.
—No gran cosa.
—¿Nada de nada?
—Bueno, te he encontrado a ti —dijo Bruno tras una pausa.
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Poco a poco se van conociendo y Shmuel le cuenta la historia de su deportación y las terribles condiciones de la vida en el campo, al otro lado de la reja.
—No conozco a nadie que se llame Shmuel.
—Pues en este lado de la alambrada hay montones de Shmuels. Cientos, seguramente. A mí me gustaría tener mi propio nombre.
—Pues yo no conozco a nadie que se llame Bruno. Aparte de mí, claro. Creo que soy el único.
—Entonces tienes suerte —dijo Shmuel. —Sí, supongo que sí.
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Una de las cosas que más me gusta de está historia es que, como todos sabemos separaban a los judíos de los nazis por culpa de su religión y entre Shmuel y Bruno esas diferencias que tanto se empeñan en que existan, no están de por medio y se dan cuenta de que aunque cada uno esté a un lado diferente de la reja y sus condiciones de vida no sean las mismas, no son tan diferentes como parecen a simple vista.
—Somos como hermanos gemelos —dijo Bruno.
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Bruno frunció el entrecejo. Pensó en la gente del pijama de rayas y se preguntó qué estaba pasando en Auchviz. A lo mejor algo no funcionaba bien, porque la gente tenía un aspecto muy poco saludable
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Cada día quedaban en el mismo lugar de la reja y contaban historias, jugaban e incluso Bruno le llevaba comida a Shmuel.
—Esta es la amistad más rara que he tenido jamás.
—¿Por qué? —preguntó Shmuel.
—Porque con todos los otros niños que eran amigos míos podía jugar. Y nosotros nunca jugamos. Lo único que hacemos es sentarnos aquí y hablar.
—A mí me gusta sentarme aquí y hablar —dijo Shmuel.
—Sí, a mí también.
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—Quiero saber qué es esa alambrada —dijo Bruno con firmeza, decidiendo que aquello era lo más importante, al menos para empezar—. Quiero saber por qué está ahí.
—Pero ¿cómo? ¿No lo sabes? —No. No entiendo por qué no nos dejan ir al otro lado. ¿Qué nos pasa para que no podamos ir allí a jugar?
—Bruno —dijo entonces con infinita paciencia, como si no hubiera en el mundo nada más evidente que aquello—, la alambrada no está ahí para impedir que nosotros vayamos al otro lado. Está para impedir que ellos vengan aquí.
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—Me parezco a ti —dijo Bruno con tristeza, como si aquello fuera algo terrible de admitir. —Sí, aunque más gordo —reconoció Shmuel.
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Padre al final decide, después de las millones de discusiones con madre, que no es un buen lugar para criar a dos hijos, así qué piensa que lo mejor es volver a Berlín y que sigan su vida allí. Pero, a Bruno ya no le parece tan buena idea esto, ya que tiene un nuevo amigo con el cuál comparte muchas cosas y al cuál no quiere dejar en Auschwiz.
—Cuando te marches, ya no tendré nadie con quien hablar.
—Ya —dijo Bruno. Quería añadir «Yo también te echaré de menos, Shmuel»
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—¿Por qué no pasas? —propuso. Bruno parpadeó y se lo pensó.
—No creo que me dejen —dijo con reserva.
—Bueno, seguramente tampoco te dejan venir aquí todos los días y hablar conmigo —dijo Shmuel—. Pero aun así lo haces, ¿no?
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Así que antes de despedirse deciden buscar al padre de Shmuel por qué el día de antes había desaparecido y gracias a Bruno qué es un buen explorador, y aquí es donde comienza la aventura, ya que tiene que caracterizarse igual que Shmuel, vestirse igual y actuar igual.
—¿Estás seguro? —preguntó—. ¿Lo harías?
—Claro —dijo Bruno—. Sería una aventura estupenda. Nuestra aventura final
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«Si llevas el atuendo adecuado, te sientes como la persona que finges ser», solía decirme
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La historia tiene un final muy triste pero quiero dejar por último esta última frase qué me tiene totalmente enganchada y me hizo llorar a más no poder.
—En realidad —dijo mirando a Shmuel—, no importa que me acuerde o no. Ellos ya no son mis mejores amigos. Miró hacia abajo e hizo algo poco propio de él: le tomó una diminuta mano y se la apretó con fuerza. —Tú eres mi mejor amigo —dijo—. Mi mejor amigo para toda la vida.
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El libro tiene una ternura y es una historia tan atrayente que te toca completamente. La amistad de Bruno y Shmuel es tan inocente y tan leal que te hace quererlos a más no poder.
Sobre la película debo decir qué estoy en gran decepción con ella, la historia comienza muy adelantada, comparada con la del libro, y continuamente las escenas pasan demasiado rápido, tanto qué tienes que prestar especial atención si no te has leído el libro por qué hay partes que no se terminan de entender. Simplemente se han detenido a plasmar las partes mas importantes de la historia. Eso es lo qué menos me ha gustado. Aún así, el personaje se Shmuel está muy acertado. Me esperaba otra cosa sobre Bruno y su padre, ahí también viene mi decepción.
Por otro lado los finales del libro y la película son totalmente diferentes, en el libro está super mal explicado en cambio en la película es totalmente como me lo imaginé.
Dicho esto....
Calificación: Película 3,5 de 5 Libro 3 de 5.